¿Se imaginaría el clan Gucci que con la llegada de un diseñador tejano (Tom Ford) y una parisina de buena familia (La Roitfeld) se convertirían en el boom durante sucesivas temporadas? O el caso de Burberry; ¿Quién diría que la marca que confeccionaba gabardinas para maduritos y gorras, bufandas, bolsos, bikinis, lo-que-sea con su mítico tartan camel iba a ser algo más que el complemento obligado para cualquier hooligan Proud of Being British?
El caso de Dolce&Gabbana es muy similar pero sin el correspondiente nuevo equipo creativo. Stefano Dolce y Domenico Gabbana han entendido que su firma, esa savia nueva que nacía en los ochenta de las raíces de la moda y el estilo italiano, que no milanés, necesitaba regresar al lugar que le correspondía, y no quedarse vistiendo a nuevos ricos turcos, mafiosos rumanos y acompañantes rusas. Además de volver a sus raíces: al estilo tradicional de las mujeres sicilianas, el look de gánster de la ley seca, los animal print, la lencería para ser mostrada y el barroquismo, todo ello siempre con un toque sexy, han empezado a confeccionar Alta Costura, quizás por el caché que otorga o porque el target de millonarios sigue en aumento.
Cada una a lo suyo: la Wintour insegura como siempre, Grace tomando notas, Scarlett no sabe donde meterse ni que hace disfrazada, Anna Dello Russo orgullosa de ser fashion victim y la Rosselini bella as always.
Una imagen vale má que mil palabras.
Viendo las nuevas campañas de primavera- verano y los anuncios de los perfumes clásicos de la firma, es evidente que volvemos a los inicios de Dolce & Gabbana- sensualidad mezclada con tradición- la revisión de un estilo imperecedero y el lugar del que nunca tendrían que haberse movido.
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